La autoridad hay que ganársela, de Antonio Pérez Gallego

La autoridad hay que ganársela
de Antonio Pérez Gallego

No hace falta ser un agudo observador para darse cuenta de las veces que los niños, desde una edad muy temprana, preguntan insistentemente sobre aquello que no entienden o que suscita su curiosidad, y la cantidad de ocasiones en que los mayores eluden una respuesta a la altura de su comprensión zanjando el asunto con una evasiva, respondiendo con vocablos que ignoran o dejando para más tarde (o para nunca) los temas “más delicados”. Los niños, por ser niños no son estúpidos, y dependiendo de cómo seamos capaces de cubrir sus expectativas volverán a preguntar o terminarán por callar y hasta averiguar por su cuenta lo que quieren, a veces de los demás niños más avezados y de un modo que probablemente no sea la mejor respuesta o, como mínimo, adolezca del planteamiento sereno y formativo que a sus tutores cabe suponer.

Educar no es fácil – como no lo es informar o transmitir una idea de modo imparcial, sin sesgos – y la responsabilidad que se asume es mayor cuando se trata de una mente que se está moldeando. Sabemos de la repercusión que tendrá en el futuro lo que se aprende en los primeros años, máxime si la sabiduría proviene de aquellos a quienes se quiere y admira. Es por ello que imperativos como “porque sí” o “porque lo digo yo” no ayudan, precisamente, al desarrollo del menor ni a fomentar el interés por la cultura o el estudio (a eso unimos el hecho de apaciguar sus travesuras domesticándoles con una televisión que no se apaga en todo el día hablando de los devaneos de la Belén de Ubrique)

Aún son multitud los que piensan que la autoridad se ejerce a golpe de corneta y cuando llega el momento en el que “el niño” debe aplicarse para no ser un golfo y un desgraciado en la vida se le dice “tienes que estudiar”, le encerramos en el cuarto – mientras nosotros, en la sala contigua hemos terminado con la Belén y ya vamos por los amoríos de la Pantoja – y no le dejamos salir hasta que se sepa la lección (lo comprobaremos cuando salgan las notas, ellos deben empollar, nosotros ya hemos tenido bastante con el duro día y nos merecemos un kit-kat)

Y van creciendo… y se hacen adolescentes…y ahora constituyen un auténtico problema porque ya no callan sino que contestan y sus ídolos son futbolistas, y tienen sus primeras relaciones sexuales a hurtadillas, y no muestran interés por aprender. Y el profesor no “puede con ellos”.

Pero, no se preocupen, ya tenemos la solución.

Y…la solución es: ¡dar mayor autoridad al profesor!

Sí, lo sé, el problema es de mayor envergadura, suficiente para un análisis mucho más profundo. Sólo espero haber dado una pequeña pincelada.

Antonio Pérez Gallego

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2 comentarios
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  1. La verdad, Antonio es que llevas razón en todo lo que dices. Se educa a los hijos de forma que nos causen los menos calentamientos de cabeza posibles y los menos follones también. Pero claro, como decía el refrán: «Tetas y sopas, no caben en la boca» y que nadie diga que depende de como sean las tetas. Difiero de tí en lo de la autoridad del maestro, ya que lo entiendo no como que se le dé más autoridad, sin recordar la autoridad que deben de tener, puesto que de siempre el profesor ha sido una figura importante en el desarrollo de los hijos, y en la escuela, son los responsables de los niños. Si pasa algo, el profesor, si el niño se pone malo, el profesor… y es lógico porque es su trabajo. Pero si yo por ejemplo quiero tender la ropa, y para ello tengo que hacer un tendedero, y tengo una cuerda de un metro y entre los poster donde los tengo que atar hay una distancia de dos metros, por mucho que estire, no se llega. Por eso es importante que se recuerde la importancia de la figura del maestro, que en definitiva, como tu dices, pasa con los hijos muchas veces casi mas horas que los padres al día. Por eso ni calvo, como se está ahora: «A mi niño ni me lo mire, que le rajo», ni con dos pelucas como en los sesentan, que te pegaban por menos de un pimiento.

  2. No sé si tengo razón, Francisco.
    Coincido contigo, sobretodo cuando hablas de un término medio entre las formas que se aplicaban entonces y ahora en los colegios
    En mi opinión, más que autoridad – que se quiere institucionalizar como si se tratase de un régimen militar – yo hablaría, como mínimo, de una cierta “actitud necesaria” de todo aquel que asiste a un centro a aprender; por él mismo y por los demás a los que puede perjudicar.
    Y… los maestros lo tienen muy difícil cuando las formas se pierden. Pero todos tenemos una parte de responsabilidad. No sólo existen problemas en los adolescentes, estamos todos un poco crispados y enseguida perdemos los papeles ¿cómo no va a repercutir esta actitud en los hijos?
    Por otra parte, es posible que no se tenga mucho interés en aprender algunos temas o disciplinas, pero no demostrar interés en nada me resulta increíble y depende también de cómo se enseñe. He tenido profesores (no todos han sido así, afortunadamente) que hacían copiar al dictado los temas a personas adultas y supuestamente formadas (no creo que haya que salir de casa para esto)
    Los adultos no tenemos tiempo (menos para ver la tele) y tampoco podemos dejar a los demás – aunque sean profesores o licenciados respetadísimos – la función que debemos desempeñar.
    ¿Soluciones mágicas? No creo que existan, aunque sí conductas que, con un poco de esfuerzo y dedicación, quizás podamos adoptar.

    Un saludo

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