Noticias acerca de ‘ Rafael García ’

¿DÓNDE ESTÁS, RAFAEL?… Lara de Tucci

Lara de Tucci | Todos los feligreses que estos días acuden a la Parroquia de Santa Marta han echado de menos la sosegada y apacible figura tuya, Rafael. Paseaban sus miradas por los diferentes altares y capillas de la iglesia y no daban contigo.

Antes, acostumbrados ellos a verte durante años, tenían por un caso absolutamente normal que estuvieras por allí, siempre observando y activo -aunque pareciera que no hacías nada-: alineando algún banco movido, centrando los candelabros, limpiando el polvo de algún altar, colocando la propaganda en la puerta de entrada, reponiendo velas, extendiendo partidas en el despacho parroquial e, igualmente, proclamando las lecturas sagradas desde el ambón en casi todos los actos litúrgicos.

Te veían, pero, tomando tu presencia por rutina, no apreciaban lo suficientemente tu dedicación al servicio parroquial. Ellos, los feligreses, iban a la citada Parroquia a lo suyo: a sus plegarias, los martes, ante las imágenes de sus devociones particulares; a cumplir con funerales y con otros sacramentos de los que se imparten a familiares y amigos, o, también, a asistir, por las mismas razones de fe a las Eucaristías y a los otros cultos que se organizan a requerimiento de las Cofradías.

Nadie se fijaba mucho en ti, como digo, por la constante continuidad de tu presencia. Pero ahora sí; ahora todo el mundo comprueba que no estás, te echan de menos, como dije antes. En la novena de este año de San Juan de Dios, un Santo por cuyo culto te desvivías muy especialmente, la feligresía notaba que faltabas -¿adónde has ido, Rafael?- y que no estabas en la sacristía tampoco. Porque no es que te retrasaras, que llegaras tarde a la cita religiosa; es que concluía un día y otro también la función sacra de la novena, y tú sin aparecer por la iglesia.

Y en los quinarios de estos días de Cuaresma está pasando otro tanto de lo mismo, Rafael. Siempre presente más de medio siglo en el del Cristo de la Fe y del Consuelo. Siempre presente, también desde tiempo inmemorial, en los actos de la Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno y María Santísima de los Dolores; cuyos rostros, de sagradas imágenes, te tienen que ser tan familiares. Tan familiares como la cara de San Juan Evangelista, el discípulo amado del Maestro, y la de María Magdalena; cuya Cofradía viste nacer, organizarse y desarrollarse para enriquecimiento de nuestra Semana Santa. Y presente igualmente en las mismas procesiones de tales figuras sagradas. Siempre presente, pero ahora faltando con la misma asiduidad con la que acudías a tu trabajo y a expresar tus propias devociones.

Y, claro, todos los fieles devotos, tras estas ausencias tuyas en plena Cuaresma, tiempo litúrgico de tu más comprometida entrega y tiempo tan apropiado para vivir la fe, se interrogan al no verte en la parroquia. La Parroquia de Santa Marta, en la que has estado desde siempre; desde que empezaste con don Martín, vistiendo tú entonces el traje talar y el sobrepelliz o roquete, preceptivos para acceder al presbiterio hasta bien pasados los años postconciliares.

Preguntan y preguntan los fieles por ti, Rafael; aunque no lo hacen abiertamente. Como si estuvieran temerosos de recibir una respuesta que no quieren oír por nada del mundo. Y eso que, por la fe que todos ellos profesan -esa fe que muchos propician que también esté en crisis por sus equivocadas actitudes-, saben muy bien que tras el tiempo litúrgico de Pasión, tiempo en el que los cirios apenas se mantienen encendidos -pabilos temblorosos- por los sufrimientos de Nuestro Señor y por los dolores de Nuestra Señora, madre tuya y madre nuestra; por esa fe que digo, están al corriente de que tras la Cuaresma y la Pasión vienen los días de Gloria.

Pero ¿dónde estás, Rafael, ya sin sotana ni sobrepelliz, pero con el alba y el cíngulo que la nueva generación de cofrades y fieles notaban que vestías en las celebraciones y procesiones? Conociendo tu celo eclesial y tu apego a los diferentes actos religiosos de la catolicidad, yo, personalmente, creo que te has ido a un lugar mejor, donde todo eso lo gozarás más profunda y esencialmente.

Has dejado la Cuaresma y la Pasión de este mundo, cuyas celebraciones tantas veces viviste entre candelabros, casullas, estolas y leccionarios, y te has ido a vivir esencias de Gloria a la luz del cirio pascual; luz de Cristo, Luz que no mengua ni se extingue. Luz que posibilita ver cara a cara realmente las figuras celestiales; las que tú conociste en tallas de madera en tu Parroquia de Santa Marta. Sí, Rafael; te has ido a ver realmente a Jesucristo, al que tratabas en tu trabajo parroquial con las advocaciones, como he dicho antes, de Nuestro Padre Jesús Nazareno y del Cristo de la Fe y del Consuelo. Y a ver, con la misma realidad que tenía en este mundo, a la Virgen de los Dolores. Y a ver a Santa Marta y a San Juan de Dios en sus respectivos y comunes estados de bienaventuranza espiritual. Por eso te has ido de aquí, Rafael.