El «Más Allá»…Lara de Tucci
De Redacción | 31. octubre 2011 | Categoría: Clásica, En Portada, Opinión, Religión | Sin comentarios » ComparteTweetA Manuel Higueras Ávila, in memoriam.
Lara de Tucci | Es verdad que la cuestión del “más allá” nos la planteamos todos los humanos más o menos seriamente muchas veces a lo largo de nuestra existencia; bien en privado, bien con familiares y amigos cuando alguien del entorno destapa el tarro de ese misterio insondable para nuestro cerebro. Pero es por la fiesta de Todos los Santos cuando las gentes de nuestra cultura profundizamos a cerca del tema con mayores indicios de racionalidad.
Y eso que con la moda de las incineraciones, no muy asumidas todavía por las mayorías, hay quienes apuestan por correr un tupido velo -nunca se va a conseguir eso ni siquiera incinerando los cuerpos- entre las realidades de este mundo y el “más allá”, con objeto de que sus mentes se ocupen sólo de las facetas de esta vida; las facetas terrenales.
Terrenales sí. Pero, si no son las efímeras realidades de todo lo que nos rodea y que están delante de nuestros ojos, ¿cuáles son las realidades que nos hacen pensar en el otro mundo? ¿No está nuestro pensamiento inmerso en el “más allá” cuando ponemos un lindo ramo de flores sobre una tumba o delante de un nicho? ¿No pensamos en la vida de ultratumba cuando estamos aturdidos porque no conseguimos llenar el abstracto hueco que un ser querido ha dejado entre nosotros? Y eso que en dicho hueco muchas veces son los dolientes quienes intentan introducirse para hacerlo, de ese modo, más soportable si eso es posible.
Con los enterramientos tradicionales o con las incineraciones de moda, el “más allá” nos acompañará mientras vivamos en aquello que aquí nos anima, y así, hasta que lo experimentemos cada uno de una forma particular y personal. Además no deja de sorprendernos su compleja realidad de fenómeno tan colectivo y universal como colectivo y universal es el antro -hablando en sentido metafórico y profano- donde se incluye edificado de insustancial eternidad.
Pero para nosotros los cristianos, también para los judíos y mahometanos, y también para los de todas las otras religiones que no están influenciadas por la reencarnación, el “más allá” es una meta situada al final de este estadio olímpico en el que corremos masivamente sin poder eludir los obstáculos que cada uno encuentra al correr la distancia que le es propia. Y tan masificada está la carrera, que son olas de mareas humanas las que compiten en pos del fin de la prueba.
Los obstáculos de tal carrera son ciertos, y muchos, de envergadura (guerras, hambrunas, injusticias, desajustes sociales, odios, rencores…Eso, sin contar con las enfermedades y los desastres naturales); con esa configuración de tremendismo que la maldad del hombre es capaz de imprimir a los acontecimientos del día a día por el ancho mundo. Así, hasta el final; hasta que los músculos de la condición física y, sobre todo, moral pierdan la energía de proseguir, aunque sea andando, y la energía de levantar escollos donde los semejantes tropiezan y caen una y mil veces.
Decía antes que aquí, en esta carrera global que suponen nuestras vidas en acción, es donde recreamos el “más allá”; que nos recogerá a todos y en el cual pensamos porque quisiéramos que fuera inalcanzable. Craso error si estuviera en nuestras manos conseguir tal propósito. Pues sería una descomunal desventura dar mil rodeos en la misma pista para alcanzar la meta; ya que en tales rodeos nos toparíamos una y otra vez con las penalidades ya antes experimentadas, y entonces los contratiempos nos sacudirían con machacona repetición en cuantas vueltas diéramos.
El “más allá” -sus incógnitas nos deben estimular a los creyentes a través del mensaje evangélico- está ahí. Es una meta llena de ventura eterna; que espera a quienes, principalmente, corren en el estadio de la vida a la misma vez que, con esfuerzo superior, van reduciendo los obstáculos de la prueba para que los que van junto a ellos y los que les sigan detrás encuentren la pista expedita de las dificultades que constantemente nos vienen entorpeciendo la marcha inexorable. Que, por otra parte, también son dificultades que nos avisan de que Dios nos está esperando al traspasar la línea de llegada.