Un marteño desde Murcia…VIVIR ENTRE FLORES (Relato Corto)
De Redacción | 8. enero 2012 | Categoría: Clásica, En Portada, Sociedad | Sin comentarios » ComparteTweetJuan Rízquez Molina | Era un sábado por la tarde, el padre, un hombre de unos cuarenta años, con dos niños de la mano se dirigía al parque del pueblo. Eran los primeros días de primavera, el parque se encontraba con todos los rosales y plantas en plena floración, sobre todo los rosales que aunque todavía había muchos capullos sin abrir, la mayoría estaban ya a media flor, por lo que su aspecto era precioso.
Aquel hombre, con los dos niños de la mano, se dirigía hacia una parte del parque en la cual se encontraba una especie de Arriate en el que se podían contar unos ocho rosales, de los cuales, uno, destacaba de los demás por su diferencia en el color de las rosas, eran un rojo sangre precioso, las rosas parecían de terciopelo y su ubicación estaba situada en el centro con el fin de que no fuese tocado ni estropeado por nadie, ya que como digo, era la admiración de todo visitante.
Este hombre, dejando a los niños les dijo:
-Esperad un momento que voy a pasar, ahora que no se ve por aquí al guarda, para ver de cerca ese rosal que hay en el centro y oler esa rosa tan bonita.
Se dirigió a él y más que olerla lo que hizo fue darle un beso, cosa que a los dos niños le extrañó, por lo que le preguntaron a su padre,
-Papá, ¿Por qué le has dado un beso a esa rosa con tanto cariño?
Esa pregunta que me haces la voy a contestar, pero no en este momento, nos vamos a sentar en ese banco de enfrente para contaros la historia de ese rosal rojo y por qué le he dado un beso.
-¿Os acordáis de vuestro abuelo Juan?
-Sí papá
-Pues precisamente hoy hace tres años que murió…
-Papá, y ¿donde está enterrado? que cuando vamos al cementerio siempre nos han dicho: aquí está enterrada la abuelita, pero no sabemos donde está el abuelo.
-Precisamente esa es la historia que quiero contaros, pues con doce y siete años que habéis cumplido ya tenéis que saber donde se encuentra enterrado el abuelo Juan, eso sí os digo, es un secreto muy intimo de nuestra familia.
-El abuelo Juan era un hombre con unas ideas muy propias, aprendía más de sus pensamientos que de lo que leía, pues leer le gustaba poco, en cambio escuchar, sobre todo alguna persona inteligente, eso le encantaba y de ello aprendía mucho. Recuerdo que me decía, hijo, hay personas que leyendo poco saben más que aquel que lee mucho, igual pasa con la comida, hay personas que comen mucho y no engordan y otras comiendo poco engordan. Le gustaba mucho la Astronomía, todo lo que trataba del Universo, la formación de las estrellas, nuestro Sistema Solar se lo sabía de memoria, distancia entre planetas, volumen de los mismos…Me decía que cuando se situaba, imaginariamente, a la distancia que se encuentra Júpiter de la Tierra y esta se convertía en un insignificante punto de luz, de las muchas cosas que creemos los seres humanos que somos en la Tierra, a esa distancia no somos nada, solamente una partícula del Universo y, una partícula, según había leído, en un milímetro cuadrado, lo ocupan mil millones de partículas.
-¿Y cuando se murió el abuelo papá?
-El abuelo se murió hace ya cinco años.
-¿Y donde está enterrado?
-Al abuelo un día, ya hace más de siete años, le dio una especie de amago al corazón, teniendo que ser ingresado pero gracias a Dios no fue nada peligroso y se recuperó. Pero estando en el hospital, quedándome una noche solo con él, hablando de la vida y la muerte me decía que el día que muriese fuese incinerado, y que sus cenizas fuesen depositadas en el parque del pueblo en una zona donde hubiese más rosales y que en uno de ellos las depositara para que sirvieran de fertilizante, pero con una condición, que no se enterara nadie donde fueron sus cenizas a depositarse. Yo no le daba importancia a lo que me estaba pidiendo, solamente le decía que no pensara en morirse, que él se encontraba suficientemente fuerte para vivir muchos años, pero no fue así y a los dos años murió.
-¿Y fue incinerado papá?
– Si hijo mío, tal como él me pidió, teniendo que decirle a mi hermana y mi madre los deseos de nuestro padre de ser incinerado, pero no en el sitio donde tenía que depositar las cenizas.
– Cuando se terminó el sepelio, las cenizas se depositaron en un recipiente muy bonito, haciéndome cargo de las mismas. Había pasado un mes y la abuela tenía que ir todos los días a visitar aquel recipiente, que lo tenía yo guardado en mí casa, hasta que decidí seguir el trámite que el abuelo me indico que hiciese con las cenizas, o sea, depositarlas en el parque en la parte que se encontraban los rosales más bonitos.
Así lo hice, viendo el rosal más bonito, aquella noche con mi cofre y una pequeña escardilla, profundicé unos veinte centímetros hasta encontrar las raíces y deposité aquella cantidad de ceniza, cubriéndola de nuevo dejando el rosal como si nadie lo hubiese tocado.
Llegué a la casa con aquel cofre, pero vacío, procurando que no me viese nadie, lo dejé en el mismo sitio, como nadie me vio cuando lo saque de la casa y lo entré, todos creían que las cenizas seguían estando dentro.
Mi madre fue la primera que me pregunto,
Juan, ¿qué piensas hacer con las cenizas de papá?
Madre, esta noche cuando cenemos tendremos una reunión los tres y os diré lo que pienso hacer.
Efectivamente, aquella noche cuando terminamos de cenar les conté todo el proceso que habían llevado las cenizas del abuelo, siento siempre cumpliendo los deseos que me dijo y como tenía que hacerlo, y el lugar exacto donde se encontraba el rosal con las cenizas.
La abuela fue la primera que se sorprendió, ya que creyendo que las cenizas se encontraban en el bote, todos los días le rezaba y le daba un beso al mismo, eso sí, sin destaparlo.
-¿Y qué pasó papá cuando la abuela, mamá y tú sabían donde estaba el abuelo?
-Igual que le prometí yo al abuelo que sería un secreto su confesión, ellas me juraron a mí.
-Papá, ¿Y la abuela por que no se incineró como el abuelo?
-Te voy a contar por que la abuela está en el cementerio en un nicho y no se incineró.
-Cuando la abuela ya se enteró y se tranquilizó, un día nos juntó a los tres y nos dijo lo que teníamos que hacer el día que muriese.
-¿Qué papá?
-La abuela nos dijo que no se incinerara, que la metieran en un nicho, pero que a los cinco años, que ya se podía sacar, se incineraran sus restos y esa ceniza fuese depositada en el mismo rosal donde se encontraba el abuelo, para que de esa manera, lo mismo que de ellos dos nacimos tu tía y yo, siguieran naciendo rosas en aquel rosal.
-Papá, ¿La abuela conoció el rosal del abuelo?
-Sí, al día siguiente de decirle yo todo lo que había hecho, la llevamos al parque y no pudimos evitar que entrara en aquel Arriate, que aunque todavía no tenía rosas, tomó varias hojas y cuando llegamos a la casa las puso con todas sus estampas y novenas que tenía y que les rezaba todos los días.
No se me olvidaran nunca unas palabras que dijo tu abuela cuando nos sentamos en este mismo banco.
-¿Qué dijo?
-¡Que sitio más bonito con la Peña al fondo para vivir una eternidad!
-Papá ¿Falta mucho para los cinco años de la abuela?
-Dos años hijo. Pero te quiero decir una cosa, que si yo faltara antes de incinerar a la abuela, a ti te hago responsable de hacer todo lo que ya sabes que hay que hacer, ¿me lo prometes?
-Si papá, pero yo te digo a ti como tú le dijiste al abuelo en el hospital, no pienses en eso que a ti te quedan muchos años de vida.
Y dándole las gracias con un beso en la frente, llamó a su hermana que estaba jugando con otras niñas y se fueron a la casa. Pasaron los cinco años de la muerte de la abuela y se cumplieron los deseos que ella dijo.
Aquí termina esta historia, que aunque es una fantasía mía, creo que a cualquier persona le gustaría ser el protagonista de la misma, INCLUSO YO, ASÍ LA DESEARÍA.