HALLOWEEN… Lara de Tucci
Lara de Tucci | La noche de Halloween ha llegado. La importación que han hecho bastantes personas de las nuevas generaciones de españoles de esta fiesta que se desarrolla entre la broma y el terror viene propiciando que los días de Todos los Santos y de los Fieles Difuntos vayan pasando paulatinamente a un segundo plano (tan sólo el culto de la Iglesia y de las gentes piadosas nos los recuerdan), con el riesgo de terminar por olvidarse a causa de la corriente actual de la crisis de fe.
Pero si Halloween remplaza el cristiano recuerdo de los muertos en nuestra sociedad, que camina hacia el paganismo, no puede dejar por ello de instalar en las mentes de quienes así se divierten una nueva forma de acordarse de los que ya no están entre nosotros. Pues los captados por esta nueva tendencia de ocio no se acercarán a los cementerios, no, con una plegaria y un ramo de crisantemos para depositarlos frescos sobre lápidas y sepulcros; pero se sirven, sin ellos proponérselo, de la poca o mucha imaginación que les pueda asistir para traspasar con la mente la raya imaginaria que separa vida y muerte y situarse así en el lugar que ocupan los difuntos. Y una vez en ese mundo imaginado, recrearse con historias que incluso les llevan a creer en la existencia, valga la redundancia, de los muertos vivientes.
Y entre tales “seres” vueltos a la vida, los zombis, encontrar motivos en los que ocupar unas horas, durante las cuales los espacios funerarios se localizan fuera de los camposantos y de los tanatorios y se instalan en otros ambientes, animados por creencias que menosprecian aquellas posturas tradicionales de seriedad y recogimiento ante la muerte; unas posturas que la consideran como trance a superar para posicionarse -como dice una emocionante canción de la propia Iglesia- en una “vida más clara y mejor”.
Por eso, como digo, en la celebración de Halloween, también está la muerte. Con lo cual ni de broma nadie escapa de su poderoso influjo. Y como si la ahora divertida noche de Todos los Santos fuera una suplantación de la del santoral romano, los difuntos se “encarnan” y “protagonizan” situaciones fantasmagóricas como para recordar y actualizar que las realidades (?) inconsistentes habitan entre nosotros. Claro que todo esto viene habilitado por la deformación que del “más allá” se viene haciendo para montarlo en nuestro mundo con estampaciones y vivencias que luego se olvidan hasta otro año; como ocurre, por ejemplo, con el carnaval.
En Halloween no hay misas de difuntos; quienes lo celebran no saben orar por los que Dios llamó a su lado. Pero ellos tienen sus “muertos vivientes”, ya que los hechiceros o sacerdotes “vudúes” del Caribe así lo quisieron. Son cuerpos de muertos que deambulan en las noches oscuras yendo de acá para allá y regresan a las tumbas poco antes del amanecer; son “seres” de miedo y de terror”; “seres” espantosos que se hacen los encontradizos con las personas; las cuales, si se topan con ellos, quedarán sobrecogidas de pavor y sin aliento para desasirse de un misterio envuelto además en historias al límite de la locura, de la maldad y asociadas a provocaciones que organizan los dichos “vudúes” para la celebración de la nombrada fiesta. Entre nosotros, en el presente, una más del calendario cuando se resiente la fe cristiana.
Por otra parte, Halloween se ambienta y dinamiza con tatuajes de calabazas a modo de calaveras; vestimentas de mortajas; sudarios hechos jirones; caretas de esqueléticos semblantes; trenzas y pelucas polvorientas por el mucho tiempo pasado en los sepulcros, y melenas y uñas de las que crecen sin cesar en el silencio de las nicheras. ¡Ah! y con maquillajes que se suponen imitadores de los colores desvaídos y de los rasgos fisonómicos deshechos de los cadáveres yacentes en los cementerios. Todo con intención de divertirse siguiendo consignas de los hechiceros. Pero, en el fondo, lo que hacen es imitar de alguna manera otra cultura que tampoco olvida la muerte en sus convicciones. Aunque eso sí, tratándola con sentimientos en los que una mezcla de pavor y de burla hace de fantasía que les sirve como de antídoto para no posicionarse ante un misterio que nadie se explica hasta que lo experimenta en sí mismo. Y llegados a ese punto, el misterio será el de la vida presente, que nos conduce al “más allá” inexorablemente.