En Martos, «cuna del olivar», hay un plantío tradicional, con olivos centenarios, cuando no, milenarios, de dos, tres y cuatro patas. Generalmente, de tres patas. Olivos de gran envergadura y que suelen arrancar de las personas, que los ven, la expresión de «parecen nogueras». Suelen tener por fanega de tierra (5700 metros cuadrados, aproximadamente) alrededor de cuarenta plantas y pueden dar en un año bueno sobre los ochenta o cien kilos de aceituna cada olivo. Una plantación muy distinta a las que actualmente se hacen. Hoy, las nuevas, que son intensivas y superintensivas, suelen tener muchísimos más, suelen ser de sólo una pata y pueden labrarse y recoger la aceituna con una maquinaria adecuada con el consiguiente abaratamiento de costes, premisa importante para competir y estar preparados para cuando cambie la política de la P A C (política agraria comunitaria). Por ésto, aunque la recolección ha cambiado, en nuestro pueblo no ha podido cambiar mucho y siguen necesitándose muchas personas. Por supuesto se emplean determinadas herramientas nuevas como las vibradoras, en vez de la piqueta tradicional, las sopladoras, los tractores con la pluma para sacar la aceituna, los todoterreno con sus remolques para acarrearla etc. etc.
Como lo que ocurre hoy lo sabemos todos, me gustaría describir un poco, con pinceladas concretas y objetivas, cómo era la recolección, que mis ojos de niño vieron, hace unos sesenta años. El panorama era muy distinto al de hoy por muchas cosas, que voy a tratar de sintetizar.
La recolección empezaba bastante antes de la época propiamente dicha. Cada agricultor, por sí o por medio del manijero, preparaba su tajo desde septiembre u octubre para no tener que andar a la ligera cuando llegara la fecha. También la gente sabía cuando tenía que buscar tajo y todo quedaba apalabrado, el mejor contrato, con un apretón de manos. También, cada agricultor o el encargado que tuviera, preparaba la «jerga», es decir los sacos para envasarla en el tajo, preparaban los lienzos o fardos, la «limpia», las espuertas y esportillos, las piquetas, las medidas: fanegas y medias fanegas, las «tarjas» y cuando llegaba la fecha, aproximadamente por la Concebida, el 8 de diciembre, se tenía todo en perfecto estado. Igualmente se apalabraban los arrieros, si el agricultor no tenía bestias, para sacar la aceituna «a cargaero» y si era cerca de la almazara llevarla allí. Si era lejos, se hablaba con el propietario de algún camioncillo para que de donde estaban los sacos en el camino, la llevara al molino.
Antes de que llegaran las fechas del comienzo, aquellos que podían, hacían «la matanza» del cerdo o cerdos, que con mucho trabajo habían cebado. De esta forma la familia se preparaba el sustento para esta época de trabajo asegurado, pues podían disponer del tocino para los torreznos, la morcilla, los chorizos, las costillas para los recios cocidos de las noches etc. etc. Poco se pensaba en aquellos tiempos de necesidad en los efectos del colesterol o en los estragos sobre la línea. Se pensaba en una abundante alimentación para un trabajo duro y de muchas horas.
Bien, pues llegada la fecha, las familias enteras se disponían para empezar la recolección del preciado fruto, materia prima de nuestro oro verde. Se decía que la gente trabajaba de sol a sol y era verdad, pues amaneciendo, sobre las ocho de la mañana, los trabajadores salían de sus casas para encaminarse a la fincas. Entonces el viaje era andando, excepción hecha del que tenía alguna caballería, que les servía para ir montados y, a veces, en el campo trabajaba en el acarreo con el consiguiente sobresueldo para el propietario. Una vez llegados a la finca, muchas veces después de una hora de camino, fíjense cuando había que ir al «Chinche», a «Media Panilla», «El Madroño», «El Hituelo» …., se preparaban los fardos, la «limpia», la «jerga», las piquetas …..y a trabajar hasta mediodía, pues unos habían almorzado en la casa: migas, achicoria con picatostes, huevos fritos, torreznos, patatas…y otros tomaban lo que podían durante el camino a la finca, sin tener que parar nuevamente. Para funcionar, los trabajadores y trabajadoras se organizaban en parejas. Los hombres de «varas», que iban con las piquetas, las mujeres de «recogedoras». Muchas veces cada cuadrilla se formaba por dos o tres parejas.
Se colocaban los fardos alrededor del olivo y los hombres vareaban, unos por fuera y alguno se quedaba para limpiar por dentro, mientras, las mujeres acababan de recoger los «salteos», es decir las aceitunas que habían salido fuera de los lienzos. Cuando se cogía totalmente un olivo, y no había más remedio que coger todas las aceitunas, pues existía la figura del «miraor», un chaval joven, «un zagalón», como se decía, que llevaba una larga vara para indicar a las mujeres, donde había quedado alguna aceituna, se pasaba por «la limpia», un artefacto de madera, especie de una caja con el fondo de alambres separados, colocada de forma inclinada para echar la aceituna por la parte superior, que pasara por los alambres para dejar las hojas y la tierra y que la aceituna llegara limpia abajo. Algunas veces había que pasarla dos veces si no quedaba muy limpia (en la foto se ve como se hacía la limpieza). Una vez limpia, se envasaba en los sacos si la recolección era al peón; si era a destajo se medía con unas medidas de madera, especie de troncos de pirámide cuadrangular de fanega y media fanega y el manijero, de acuerdo con la medida, daba unas «tarjas», chapas de forma cuadrada con los picos matados, de varios tamaños, con el valor troquelado: 1 fanega, 1/2 fanega. Como era a destajo, antes, se había ajustado el precio y de acuerdo con eso se pagaban las fanegas recogidas. Una mujer de cada cuadrilla llevaba una taleguita de tela, atada al refajo (prenda larga que llegaba a los pies) donde guardaba las tarjas para llevar las cuentas de lo recogido. Así decía la coplilla: «»Aceituneros de pío, pío/ cuántas fanegas habéis cogido/ fanega y media porque ha llovido»».
De esta guisa, se llegaba a medio día y se paraba a comer. La comida era sencilla y, prácticamente, la misma todos los días: un hoyo con aceite, los que menos podían con un trozo de bacalao y alguna naranja, y los que habían hecho la matanza, con torreznos, morcilla, chorizo …y, por supuesto, con naranjas, que se compraban en lo de «María la Valenciana». Después de un descanso, se volvía al trabajo hasta que caía la tarde. Entonces, vuelta a Martos, andando y, claro, por poco que fuera el camino, se llegaba de noche, de ahí lo de sol a sol. Ya en la casa, las mujeres a cocinar para cenar caliente, bien el cocido, el potaje de habichuelas, de lentejas, las patatas guisadas …, hacer algunas tareas domésticas y, mientras, los hombres preparaban a los animales, que casi todos tenían, y esperar la cena bebiendo algún vaso de vino.
La aceituna, envasada en los sacos, se transportaba al molino por las bestias (mulos y burros, generalmente) o bien se sacaba a «cargaero», un lugar factible en el camino o carretera más cercana, para que los camioncillos de entonces, pudieran cargarla y llevarla a la fábrica. En muchas ocasiones, era bastante difícil sacar la aceituna porque el terreno se encharcaba y las bestias se atascaban y se caían y se pasaba mucho, era bastante penoso. Por eso, los agricultores iban con la idea de coger primero aquellos sitios, que manaban, cuando llovía, para evitar esto.
Como había muchos días que llovía, los hombres, o bien se quedaban en la chimenea disfrutando de una buena lumbre y haciendo esparto: pleita, tomizas…., o bien salían y podía ser un día de borrachera segura, para desquitarse de muchos días de trabajo sin descanso. Entonces no se descansaba ni domingos, ni fiestas, ni …nada.
Había algo que merece la pena sacar a relucir y es la celebración del «remate». Cuando se acababa la recolección, el dueño daba a los trabajadores una invitación y todos lo pasaban muy bien: se cantaba, se bailaba, se decían chascarrillos.. Era una comilona con abundante vino manchego, que hacía que muchos cogieran una «jumera» para «escupirse en el chaleco». De esta forma celebraban la terminación del trabajo y desde esta fecha, muchos, volvían contratarse para el año próximo.
Bien, llego al final esperando haber dado unas pinceladas aclaratorias de cómo era la recolección. Para los mayores, recordar esto puede ser un motivo de nostalgia, sobre todo por recordar los años jóvenes y para los que no lo han vivido para tener una idea aproximada de cómo era.
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Francisco Teva Jiménez
Maestro / Lic. en Derecho