LOS MUERTOS MANDAN YA MENOS… Lara de Tucci
Lara de Tucci | Tengo que empezar diciendo que existe una novela, “Los muertos mandan” es su título, escrita por el contestatario, controvertido y, por otra parte, gran escritor Vicente Blasco Ibáñez. Una obra en la que este autor valenciano, centrando su argumento en las islas Baleares, les concede a los muertos, en cuanto a antepasados, tal influencia sobre los vivos -los descendientes- que éstos no actúan en su existencia sino en consonancia con las experiencias, las costumbres, los devaneos e, incluso, los caprichos de los que se fueron de este mundo dejando, en la mentalidad de los aún vivos, mil dictados y sugerencias que les proporcionan carácter para recorrer esta misma orilla, espacio donde los difuntos también se desenvolvieron; siéndole muy difícil a cada cual intentar sacudirse siquiera mínimamente los modos y maneras de actuar de los fallecidos.
Lo narrado por el autor de “Arroz y tartana” no pertenecía, desde luego, a la pura ficción ni era un fenómeno aislado, pues era un hecho habitual que todavía se puede observar hoy -y más en estas fechas de difuntos- a poco que nos paremos a estudiar los comportamientos de los otros; de la misma manera que esos “otros” pueden, quizá, comprobarlo al estudiar nuestras actitudes sobre el tema.
¿Quién no mantiene alguna heredada costumbre, muchas veces peregrina, solamente porque era un hábito que tenían sus abuelos o padres? Si hasta hay quienes juegan a determinados números de la Lotería únicamente porque los ascendientes eran abonados a los mismos. ¿Será que, al poner en práctica usos y rutinas de las personalidades que tenían los muertos, cada cual, sin que se caiga en la cuenta de ello, pretenda conocerse mejor así mismo? Algo de esto debe de haber cuando los hombres de todos los tiempos, generalmente hablando, tienen siempre muy en la mente a los que se fueron para siempre incluso de otras generaciones.
Para corroborar esta constante casi general del ser humano, ahí está el interés con el que se siguen, por parte de antropólogos, profesores de Universidad y otros estudiosos en la materia todos los hallazgos de esqueletos en Atapuerca y otros yacimientos semejantes. Pues a la Ciencia le va a valer, escrutando el ADN de los diferentes huesos, para determinar el régimen alimenticio, las relaciones familiares, las costumbres, las características comunes y las facciones de unas comunidades de antepasados nuestros que vivieron hace miles de años.
No obstante esto que estoy apuntando, con los nuevos tiempos, los muertos, por muy familiares que hubieran sido de los que a aquí quedamos, ya no ejercen en nosotros el mismo poder de adaptación a las costumbres que ellos observaron. Hay todavía, como he apuntado antes, casos, claro que sí. Pero, por lo general, los que partieron de este nuestro mundo, se fueron con unas ideas tanatoriales que apenas se siguen por lo vivos. Unos vivos más preocupados con los problemas de cada día, los problemas existenciales, que atentos a las propuestas funerarias de otros tiempos, y no muy lejanos.
Fijémonos, si no, en que hay innovaciones que dan al traste con las modas fúnebres de antes. Los columbarios, por ejemplo, están sustituyendo a los panteones; los nombres del santoral que rotulan aún calles y lugares de cementerios en muchos sitios, ya no sirven en las nuevas parcelas de las nicheras; pues éstas están siendo “bautizadas” con nombres de plantas, de planetas e, incluso, de remotas galaxias y constelaciones de estrellas.
¿Quién le iba a decir a un fallecido de hace medio siglo, sin ir más lejos, que sus descendientes descansarían cremados y puestos en un columbario denominado “Osa Mayor”? ¿Cremado, convertido en cenizas a las pocas horas de haber muerto, para no ser enterrado? Eso si las cenizas no son lanzadas a un río, a una montaña o al mar; como ocurre con frecuencia.
Los tiempos cambian, y con los tiempos anteriores se fueron las costumbres funerarias que se habían transmitido por centurias. Aunque a los que practicamos la fe cristiana nos quedan -y el Año de la Fe nos augura que por mucho tiempo- los funerales de la Iglesia; en estos días de noviembre, días de difuntos, con liturgias de especial significado.