Redacción | Tras su regreso de África, reproducimos la entrevista que Martosaldia ha realizado a la cooperante marteña Alba Villén.
– ¿Cómo decide viajar a los campamentos de Tinduf y por medio de qué proyecto?
Llevo involucrada con el pueblo saharaui un par de años gracias a una niña de acogida que viene a casa los veranos. Cuando conoces las necesidades del pueblo saharaui es imposible mirar a otro lado. Cuando pisas la arena de ese desierto, que dicen, es el más inhóspito de los desiertos, hay que sellar un compromiso de cooperación, pues el Sáhara sin la ayuda internacional, muere. Esta vez he viajado a los campamentos con un proyecto educativo a través del Ministerio saharaui de Educación con el que iba a dar clases de francés a niños de secundaria durante tres meses. Entre los diez cooperantes, viajamos dos chicas de la provincia, María Collado y yo.
– ¿Por qué acaba el proyecto? ¿Qué sucede?
Nuestro proyecto de tres meses quedó reducido a apenas diez días. Ante la amenaza que en los días previos a nuestra repatriación había supuesto el secuestro en la planta de gas In Amenas y el conflicto creciente en Mali, el país vecino, el Frente Polisario y el gobierno de Argelia deciden evacuarnos para nuestra seguridad. En apenas unas horas, fuimos escoltados y sacados del desierto sin apenas ser conscientes de cómo acontecían los hechos. Entre nosotros reinaba la pena y frustración por todo lo que dejamos allí.
– ¿Sintió miedo por su seguridad en algún momento?
En ninguno. Desde el minuto uno que pisamos el desierto, los saharauis, que son el pueblo más hospitalario y comprometido que conozco, nos acogió como sus propios hermanos, que por ello lo fuimos históricamente alguna vez, y velaron por nuestra seguridad. No podíamos ir solos a ningún sitio, siempre nos acompañaba algún autóctono y a partir de las siete de la tarde no podíamos salir de casa. Además cada noche un representante del Frente Polisario visitaba mi jaima –mi casa- para ver cómo estaba. Fue con estas visitas y los últimos días cuando nos llegaban destellos de lo que acontecía en el conflicto en Mali. Sin embargo, y como luego nos confesaron en el último momento, no nos informaron de más para no preocuparnos.
– ¿Cómo vivió la evacuación?
Fue todo muy rápido. Solo daba tiempo a llorar. Cuando llevas días sonriendo y de repente te quitan el motivo de la felicidad, te quedas destrozado. Tú y los cientos de saharauis a los que abandonamos. Yo estaba dando una clase y recibí una llamada de una de mis compañeras voluntarias diciéndome que me recogían en unos minutos y me llevaban a mi jaima a por mis cosas que nos marchábamos. Fue un jarro de agua fría. No pude contener la emoción delante de los niños, quienes me decían con toda su inocencia que no nos fuéramos, que ellos nos protegían. Incluso llegaron a escribirme en la pizarra “No te vayas”.
En un principio nos dijeron que dormiríamos en protocolo todos los cooperantes hasta el día siguiente que cogeríamos el vuelo, pero cuando llegamos a protocolo, apenas nos dio tiempo a bajar del coche y las fuerzas de seguridad decidieron que era mejor volar ese mismo día. Tenían mucho ímpetu en sacarnos cuanto antes de Tinduf. Una vez en Argel estuvimos en el aeropuerto 13 horas. El Frente Polisario se encargó de pagar el cambio de nuestros vuelos y a la mañana siguiente pisábamos Madrid.
– ¿Qué es lo que más sientes de esta experiencia frustrada?
Sin duda los que se quedaron allí. Nosotros éramos apenas diez personas, y ya estamos en casa y bien. Ellos son 250.000 refugiados que sobreviven a duras penas desde hace ya casi 38 años en un territorio cuyo nombre –Tinduf- significa algo así como “vete al diablo”. Cuando les cedieron ese trozo de desierto pensaron que no sobrevivirían a las duras condiciones, y sin embargo allí están, con una capacidad impresionante de tolerar la frustración.
Lo que más me duele es que los abandonamos, una vez más. No creí que fuéramos tan necesarios allí. Con nuestra marcha a los niños se les ha quedado libres muchas horas que no hay profesores para cubrir, y que en su defecto se marchan a casa. Para dar una clase allí no hay un libro, a veces ni bolígrafos. Me quedé muda la primera vez que llamaron a la puerta de una clase y era un alumno que preguntaba si alguien le dejaba su libreta para copiar la explicación del profesor. Tienen una libreta donde mezclan todas las asignaturas, a veces ni eso. Sin embargo sueñan con ser médico, profesor o periodista. Muchas veces al salir de clase se me han acercado niños para darme las gracias. Nunca vi eso en España.
– ¿Y ahora qué?
Sin duda esperaré a que el Frente Polisario diga que podemos volver y allí me tendrán de nuevo si mis circunstancias me lo permiten. Mientras tanto creo que es importante no olvidar la causa saharaui, que es una de las más justas de este mundo. Por ello día a día intento explicar el problema a quienes me rodean, y cada vez que alguien se interesa por ello, me hace sentir muy bien. Sé que solo hace falta acercar a los españoles a esta causa una vez, porque desde la primera vez que conoces su problemática ya quedas enganchado y comprometido de por vida, sin necesidad de que se incida en ello más veces.
Ahora estamos llevando a cabo, como cada febrero, el proyecto Caravana por la Paz, con el que recogemos alimentos, entre otros, para llevarlos a finales de la segunda quincena del mes a los campamentos de Tinduf. Sé que los marteños son comprometidos y espero que respondan como siempre lo hacen. Ver las caras de nuestros hermanos saharauis cuando llega la caravana de camiones con alimentos al desierto, es una de esas cosas por las que merece la pena seguir siempre luchando.
Muchas gracias Alba por concedernos esta entrevista y enhorabuena por tu valentía y compromiso.