CARNAVAL DE IDA Y VUELTA… Lara de Tucci

Lara de Tucci | En el inicio de la Cuaresma, de nuevo nos encontramos inmersos en otro “carnaval”; distinto, eso sí, del que hemos dejado atrás hace tres días escasos, camuflados durante setenta y dos horas en apariencias inusuales y camufladas las maneras de pensar y los mismos caracteres bajo los más variados disfraces.

Todo, como queriendo decir, al tiempo que la diversión se alargaba hasta el cansancio, que otras formas de vida pueden tener lugar en los individuales modos de entender la existencia humana. Sirviendo los disfraces para engañar y confundir a los demás con identidades extrañas, y que son, en ocasiones, menos carnavalescas que aquellas que identifican realmente a los que hacen uso de la mascara e, incluso, identifican a cuantos se entusiasman con ver los desfiles por calles y plazas.

Apariencias inusuales que se adoptan reagrupados en pasacalles, murgas y charangas, y que, armados de burla los intervinientes, hasta se someten a dictámenes de jurados que calificarán los diferentes aspectos festivos y aliñados de argucias que se montan para no caer en la cuenta de que la mayoría de los miembros de la sociedad se desenvuelven, durante los trescientos sesenta y cinco días del año, en un continuo torbellino de acondicionamiento artificial; alimentado y sostenido por caprichos y vanidades, y tal vez propiciado por líderes figurones; por unos personajes bien conocidos de todos y que a casi todos embaucan, muchas veces con una facilidad que ni ellos mismos, en el ejercicio de sus habilidades instrumentalizadoras, se proponen.

Todas las capitales españolas, aunque con diferenciación de modos y costumbres, han vibrado en sus respectivas vías urbanas con la puesta en escena de populares y polifacéticas parodias interpretadas por máscaras; cuyas representaciones, como ocurre siempre en estos casos, los públicos han hecho suyas con sumo placer. Y eso que siempre hay parodias que son imitaciones burlescas que se escenifican para ridiculizar, llegando a veces al escarnio, a colectivos enteros y, por ende, a personajes con más o menos representatividad en el pueblo y en las instituciones.

Y aunque se dan casos de actuaciones con estilosas maneras de delicadeza y respeto para con los personajes imitados; en ocasiones, las mofas, críticas y “denuncias” figurativas son actuaciones habilitadas con actitudes de chabacanería que, tras ser vistas por los públicos, dejan en las mayorías de las gentes cierto regusto por servirse de las mismas con el fin de zaherir también sin ningún respeto a quienes las máscaras han mostrado con estudiado sarcasmo.

Pero toda la crítica y la burla, pasadas las fiestas, bien puede decirse que se las merecen igualmente las máscaras y los mismos espectadores -léase la sociedad de hoy- cuando, al guardar las indumentarias carnavalescas, aparecen precisamente esas figuras que durante la mayor parte del año se desenvuelven en una existencia llena de despropósitos, y que, en las sinrazones, hallan el caldo de cultivo para las extravagancias, las desidias, la carencia de edificantes compromisos y, por consiguiente, el abandono de observancias de una positiva conducta. En definitiva, de esas honrosas maneras que el mundo tanto necesita para mejorar la convivencia humana.

Así las cosas, el esperpento de un “carnaval” fuera de su tiempo, casi nos es familiar por tratarse de la condición del hombre, siempre imperfecta y, en ocasiones, carente de sentido común. Aunque tales defectos los identificamos erróneamente en la práctica cotidiana como juiciosos y sensatos razonamientos.

Todo lo cual forma el fenómeno que se critica camuflados tras las caretas y arropados en el estruendo y el jolgorio festivo. Es como si, en el plano individual, cada máscara pretendiera durante tres días dejar de interpretarse así misma en los escenarios nada correctos, que también los hay, de la existencia real. Puesto que, una vez celebrado el Carnaval, se encuentra incapacitada para ello a causa de la cotidiana dinámica que, imparable, todo lo envuelve. La dinámica que imponen muchas formas de vida absurdas y desordenadas, y poco menos que generalizadas.

Como si los progresos de toda índole de los tiempos actuales manipularan y desfiguraran la personalidad de quienes se sirven de ellos. Atentos los individuos, generalmente hablando, solo a las banalidades que alimentan las apariencias; las que se escenifican con amañado arte y se presencian con placer durante los tres días de Carnaval, creyéndolas banalidades que únicamente aquejan al prójimo.

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