EL CRISTO DE DALÍ Y EL GUERNICA… Lara de Tucci

Al pintor José Domínguez, que cada año enriquece nuestra feria de San Bartolomé con una exposición pictórica.

Lara de Tucci | Llevado por la gran expectación y acogida -300 personas cada media hora, el cupo que admite la muestra- que la exposición de Salvador Dalí está teniendo en el Museo Reina Sofía, de Madrid, que se clausura el próximo 5 de septiembre; contribuyo con este artículo al reconocimiento que los amantes de su arte en particular y los aficionados a la pintura en general le están concediendo estos días en la ciudad del Oso y el Madroño al genio de Cadaqués. Siendo numerosos los elogios que están recibiendo, por parte de la crítica, los responsables de la muestra; concretamente, la Fundación Abertis en las personas de su presidente, Salvador Alemany, y del consejero delegado, Francisco Reynés.

Y mi particular homenaje lo expongo haciendo una personal y oportuna reflexión sobre las muchas divergencias que encuentro entre el lienzo del famoso “Cristo” de dicho excéntrico pintor y la aún más famosa pintura del “Guernica” del inefable Picasso. Pintura esta que recuerda permanentemente los desastres de nuestra Guerra Civil y que, de la misma manera, puede constituir, según mi opinión, una remembranza de cualquiera de los hechos y sucesos apocalípticos sufridos por la humanidad a lo largo de la Historia. He aquí, pues, otra de las habilidades de Picasso, añadida a las extraordinarias dotes pictóricas que acumulaba: la de haber sabido dejar, entre su valioso legado artístico, una obra que será causa de fustigación para todos los que la contemplen, de igual manera que lo viene siendo ya para cuentos la han visto; provocando, su dantesca panorámica, contradicciones entre las multitudes.

Es una herencia estigmatizante esta del “Guernica” para los españoles y para el mundo, independientemente de que el artista malagueño la realizara con buenos o malos propósitos -aunque a decir de los que le trataron, de estos últimos tenía Picasso muchos- e, independientemente también, de que el cuadro sea para bien o para mal, psicológicamente hablando, de aquellos que lo vean y pretendan captar íntegro el mensaje que presenta; por más que no lo comprendan en su justa medida. Ya que ésta es otra de las hábiles “trampas” que Picasso imprimió en dicha pintura.

¿Qué tendría en la mente y en el corazón Picasso cuando se propuso la realización del “Guernica”? Él, un hombre que llegó a reconocer -esto nunca lo comentan sus progresistas admiradores- que maltrataba psicológicamente a las mujeres de su influencia y entorno. ¿Qué abrigaría en sus interioridades para realizar un cuadro que sólo refleja, en tan artísticos trazos, caos universal y división humana en el más amplio sentido de la palabra?

Unos fenómenos constatados en las figuras y elementos allí recreados. Incluso las bestias, como si las hubiera dotado de inteligencia, se lamentan con pavor de la anarquía dominante en la escena. Y las personas, con abrumadora desesperación por el dolor y el desgarro, claman contra todo, hasta contra consigo mismas. Todo, desde luego, como ocurre en cualquier guerra o en cualquier desastre natural de grandes proporciones. Sólo que, tras las guerras y los desastres, las capacidades humanas de recomposición de ideales, de recuperación anímica e, incluso, de perdón, van curando las heridas y el traumatismo hasta que se consigue el restablecimiento de un orden nuevo. Pero en el “Guernica” esto no es posible: en el “Guernica”, la desproporción del mal y sus imposiciones permanecerán para siempre.

Ahí, precisamente, están las divergencias con el “Cristo de San Juan de la Cruz”, pintado en 1951 por Salvador Dalí como a vista de pájaro; que tiene como objetivo la cabeza inclinada de Jesús. Este icono de Jesucristo (el pintor de Figueras tuvo el singular acierto de darle a su “Cristo” el nombre de un santo poeta), suspendido en majestuosa levitación, compendia, ¡y mucho!, sobre la tierra y el mar, el mensaje evangélico. Pues, en el cuadro, se aprecia que todo lo pacifica y lo armoniza en un orden transido de esperanza, mientras lo escabroso y las tinieblas, presentes también en la obra, van cediendo paulatinamente al empuje de la más completa, sutil y diáfana seguridad de los espacios despejados, en cuyo seno se respira la paz que domina sobre las criaturas y las cosas cuando todo está ya ajustado -véase la mar en calma, donde reposa la barca, y la serenidad del paseante en el muelle- al equilibrio de una disposición recreante que ahuyenta desquiciamientos y esquizofrenias. Y proporciona estabilidad para que nada se descontrole en la naturaleza que persigue la superior dignidad que reclama el espíritu humano cuando no está manipulado por extravíos.

A Salvador Dalí, que fuera calificado de mal catalán porque dejara su herencia al Estado español, bien pudiera considerársele, únicamente por la concepción de su “Cristo”, de universalista. Ya que sólo la universalidad de la fe cristiana pudo inspirarle a sus pinceles tal obra. Un cuadro que se superpone, tal vez, en magnitud creativa a toda su producción, y obra que condensa su arte en una realidad pictórica digna de la admiración de cuantos alientan sentimientos de unidad y fraternidad. Que aquí es adonde, creo yo, que Dalí quiso llegar tras su vuelta a España en los años cuarenta, cuando fraguó la idea de dicha obra; óleo sobre lienzo que siempre ensombrecerá al “Guernica” de Picasso, al ser éste, dentro de su originalidad, que nadie le niega, y con sus duras imágenes, una fantasmagórica y caótica descomposición de la armonía y la convivencia del mundo, aunque tales valores, por otra parte, falten en realidad y por desgracia en bastantes lugares del mismo.

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