SIFRIBEO Y BERNARDINO, DE MARTOS… Lara de Tucci

Lara de Tucci | Con frecuencia se tropieza uno, en las páginas de los libros y otras publicaciones, y en los mismos viajes, con curiosidades que llaman la atención y que nos hacen caer en la cuenta de la enorme cantidad de cosas que no llegaremos a conocer nunca: hechos, acontecimientos, historias, sucesos, etc.; noticias que han podido tener lugar en nuestro mundo y de las cuales nosotros lo ignoramos todo. Como igualmente ignoramos la existencia de muchos de los personajes que nos precedieron y que pudieron haber dejado sus influencias, a través de sus obras y gestas, en nuestros lugares de origen y en los que frecuentamos en los desplazamientos. Sin embargo, ocurre a veces que, llevados de nuestra curiosidad o por casualidad, llegamos en algún momento a descubrir la realidad de sus vidas.

Y ha sido la casualidad, precisamente, la que me ha brindado la oportunidad de saber de dos hombres ilustres que o fueron naturales de Martos o tuvieron una importante relación con la Ciudad de la Peña: Sifribeo y don Bernardino López de Carvajal y Sande, ambos clérigos. La existencia del segundo de los cuales la descubriría yo en una visita turística que realicé con los míos en un grupo parroquial a Sigüenza, interesante ciudad de origen prerromano bañada por el río Henares.

Resulta que en el claustro de la catedral de dicha ciudad de Guadalajara (tengo que decir, de paso, que en este templo se encuentra El Doncel, célebre monumento funerario del joven comendador Martín Vázquez de Arce, muerto en 1486 durante la campaña de Granada, años finales de la Reconquista) se hallan labrados todos los escudos de los obispos que se han sentado en aquella sede. Y fue una grata sorpresa para mí oír cómo el canónigo archivero de allí, don Felipe Peces -gran historiador demás-, explicando a un grupo de turistas la heráldica de tales escudos, refería de uno de ellos que perteneció al ya citado Bernardino López de Carvajal, obispo que fue de Sigüenza entre los años 1495 y 1511.

«Sobre campo esmaltado de oro, la diagonal en azur -así, con erre final, se dice en la terminología heráldica-, que lo tercia en banda a la soslaya, decidió el prelado que se trocara en sable, como luto del trágico fin que tuvieron, despeñados y mutilados, los hermanos Carvajal desde el Tajo -léase el precipicio de la Peña- de Martos (Jaén) en 1312. Don Bernardino era, al parecer, de carácter indómito, propenso a la acción -algo muy común en su época- y eficacísimo político; tanto que llegó a ser Cardenal Decano. Siendo oportuno comentar que desde ese alto cargo convocó al Sacro Colegio en Pisa para pedir la destitución del Papa. Naturalmente, el Papa, que no era otro que Julio II, le excomulgó y consiguió del Rey Fernando el Católico que le privara de la diócesis de Sigüenza. Por otra parte, todo se arregló con la llegada al papado de León X. Y ostentando posteriormente don Bernardino el Capelo de la Santa Cruz de Jerusalén, en cuyo templo yace, parece ser que tuvo muchas opciones para alcanzar el pontificado en los cónclaves en los que se votaron a Adriano VI y a Clemente VII”; concluye la histórica referencia de este Carvajal, en palabras del canónigo seguntino.

El otro de esos marteños ignorado por mí hasta no hace muchos años fue Sifribeo (supongo que otros más estudiosos y entendidos que yo en el tema de la Historia querrán comprobar después lo que voy a decir), muy anterior en el tiempo a don Bernardino. Afortunadamente tuve noticias de su vida por el libro «Cuacos y Yuste: dos lugares para la historia», de Delfín Hernández Hernández, donde se comenta que unos cuantos obispos y presbíteros de importantes ciudades andaluzas, entre ellos Sifribeo, de Martos, huyendo de la rabiosa persecución de los moros en el año 714 vinieron a refugiarse a una basílica visigótica existente en lo alto de la sierra de San Salvador en los montes de la Vera, en Cáceres; lugar enclavado entre las localidades de esta provincia Garganta la Olla y Cuacos.

Mas de poco les valió a los prelados andaluces huidos alcanzar aquel refugio de 1.200 m. de altitud; pues, hallándose celebrando juntos la Santa Misa en aquella basílica, termina diciendo Delfín Hernández en su libro, fueron sorprendidos por las mahometanas huestes invasoras y asesinados allí mismo sin compasión.

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