ESPÍRITU DE POETAS…Lara de Tucci
De Redacción | 2. julio 2012 | Categoría: Clásica, En Portada, Opinión | Sin comentarios » ComparteTweetLara de Tucci | Aunque las nuevas tecnologías vienen restando a las generaciones de esta época aficiones poéticas, son todavía algunas las personas que tienen inclinaciones por el verso y por los mensajes que transmite el verso. Y, por lo mismo, se siguen publicando poemas en pequeños libros, revistas especializadas y en otros medios que tienen la generosidad, la delicadeza y el buen gusto, en estos tiempos de crisis de valores y crisis económica, de presentar algunas de sus páginas como ventanas abiertas para que la creatividad en forma de estrofas escape con sus reflexiones en busca de sentimientos afines, tratando a la vez de dar con aquellos a los que hay que formar ofreciéndoles decoro de intenciones.
Hay que comentar, sin embargo, que aunque éstos son los menos, no todos los trabajos que se publican por ahí producen la sensación de que han sido escritos por verdaderos vates; por autores que sienten la poesía como vehículo ideal para el progreso de la belleza entre los lectores. Pues independientemente de que la elaboración de las estrofas sea en forma de verso libre o se atenga estrictamente a las académicas reglas gramaticales, nos encontramos con composiciones que no están concebidas ni construidas con estilos que pudiéramos llamar de humana calidad; de ese fondo de nobleza que ha de reflejar toda obra poética.
No obstante, hay que felicitarse por el hecho de que estas composiciones son pocas si las comparamos con las que siguen el correcto talante, las que están en línea con los clásicos y también con las distintas generaciones de autores y movimientos que se han distinguido en la poesía y permanecen vigentes con sus enseñanzas en el universal panorama literario.
Son los poemas que cantan (con gritos salidos de lo más hondo del espíritu y con más o menos intensidad del sentimiento) la vida y la muerte; el amor y la ausencia de querer; la esperanza y la desesperación; episodios heroicos y actos de humildad; la alegría, el orden, la belleza y lo intrascendente del mundo; lo que está en nuestra existencia para recreo y sufrimiento de todos. E, igualmente, lo trascendente: lo que muy pocas veces, o tal vez nunca, tiene explicación para el entendimiento humano; pero que también provoca gozos -a veces sublimes- y satisfacciones, amarguras y penalidades desconcertantes.
Y pueden ser de la misma manera, cantos fantásticos de poetas impresionados o perturbados por el entorno y por lo que sus imaginaciones configuran a partir de ese mismo entorno. Lo cual expresan ellos con idealización de todo o sublimándolo todo, según la predisposición que abriguen de los elementos tratados, con acentos refinados y con tonos de adecuada musicalidad para gozo de mentalidades que gustan de la pureza de costumbres con matices de adecuada reverencia por la sublimidad.
Pero toda esa exaltación de valores y contravalores, de elementos palpables; de elementos palpables, sí, pero igualmente de situaciones imaginadas -¡oh rarezas de estos tiempos!- es vertida por los poetas en un mundo que mira mucho, pero es poco lo que ve. Mundo en el cual la contemplación está desfasada y el recogimiento que la propicia se considera obsoleto.
Por eso, los referidos cantos, dimanantes de la locura de los poetas, son hoy eso: coplas de locos -como ya dijo Giovanni Papini-, cánticos de alienados que, en su afán de componer lo descompuesto, declaman sus inquietudes -que, por otra parte, son las inquietudes de la humanidad entera- con susurros apacibles en medio de ciertos núcleos de la sociedad sumidos en vivencias efímeras y en posicionamientos confusos -como confusos son después los resultados que cosechan-; posicionamientos alimentados por reclamos que no están en la inmensa mayoría de los versos. Esos versos que son freno de despropósitos y luces que se encienden en la neblina producida por lo que no está tocado con la varita mágica -mágica desde siempre y por siempre- de la prudencia y la sensatez.