DERECHOS HUMANOS SIN DEBERES… Lara de Tucci

Lara de Tucci | Un sacerdote amigo mío, salesiano por más señas, repite siempre que el discurso tan actual con la frase “derechos humanos”, como único tema repetitivo de casi todos los mensajes, encierra una manipulación. Efectivamente, muchas veces se trata de una manipulación. Pero también, es un discurso monocorde e incompleto porque no profundiza, para corregirlos, en el meollo de los problemas que nos afectan a los humanos; pues sólo lanza fórmulas inacabadas que no serán, a la postre, remedios para arreglar los desaguisados del mundo y, por ende, de nuestra sociedad española. Precisamente, siendo los derechos humanos uno de los principales objetivos que los pueblos pretenden alcanzar; los políticos, y cuanto más progresistas más claro lo tienen, han aprendido bien y han asumido que la señalada frase, administrándola con demagogia en cualquier campaña, será luego una catarata de votos para las siglas que representan.

Claro que el fenómeno, en lo tocante a la política, viene sustentándose y alargándose porque los votantes no reflexionan quizá en el hecho de que el referido discurso es, además, asimétrico y que, para que funcione su fórmula, le falta el importante complemento de proponer que ha de ser compatible con el cumplimiento de los deberes humanos. Pues, ¿qué derechos humanos quedarían insatisfechos si todos cumpliéramos, en la medida de nuestras posibilidades y desde el puesto que cada uno ocupa en la sociedad, con nuestros particularísimos deberes?

La dificultad para abordar esta reflexión se hace mayor cuando son los mismos medios de comunicación, incluidos los articulistas, los que, captando principalmente de los políticos la mágica formula inconclusa de los “derechos humanos”, la adoptan como propia y la lanzan continuamente a los cuatro vientos, urbi et orbe, con el fin de estar al día en lo referente a los slogans que más lectores y oyentes captan. Incluso muchos curas -así lo manifestó Benedicto XVI en el viaje que hizo a Polonia- obvian y falsifican, con intención de no herir susceptibilidades, el mensaje evangélico; mensaje que, precisamente, recalca el compromiso y la práctica de los deberes como actos indispensables para que las gentes gocen de los derechos que les son inalienables.

Pero una de las mayores equivocaciones de este moderno discurso está en el hecho de que es lo primero que se transmite a los pequeños ya desde la escuela de niños. Nadie está en desacuerdo con el hecho de que las criaturas tienen que desarrollarse en todos los sentidos con sus infantiles derechos observados y respetados por los mayores. La equivocación está en que, cuando van creciendo y ellos, con el crecimiento, una vez en la adolescencia, toman los caprichos, sean éstos perniciosos o no, como sinónimos de derechos adquiridos que no les obligan a conceder nada a cambio; porque, en la práctica, ni en la escuela ni el hogar se les han inculcado los valores personales que para los seres humanos suponen la asunción y el cumplimiento de los deberes que les correspondan.

-Porque le apetece y está en su derecho-. Fue la contestación que un menor le dio con desparpajo e insolencia a un transeúnte que, al sorprender al amigote de aquél rompiendo el cristal de una marquesina en plena calle y a la luz del día, le había pedido explicaciones por la acción vandálica. El pacífico transeúnte no supo qué contestar. Quedóse sin capacidad de reacción ante aquel “está en su derecho” voceado por boca de alguien sin noción de la disciplina. Ya que el grado de disciplina de cada uno es proporcional y subsiguiente al cumplimento de los deberes que se le hayan enseñado. Pero si no existe la noción de los deberes, raramente puede darse la observancia de una disciplina que sea garante de los derechos humanos de los demás. En el caso de la referida destrozada marquesina, al derecho que tienen los ciudadanos a que aquel mueble urbano estuviera en perfectas condiciones, cumpliendo con el cometido para el que había sido instalado.

La cosa, desde luego, es mucho más grave cuando la dejación de los deberes es por parte de los responsables de cualesquiera de las funciones que velan por el mantenimiento del orden y la armonía en las sociedades. Pues entonces, los derechos humanos de todos, y en mayor medida los de los más débiles y sin recursos, se malogran sin remedio aun cuando les correspondan plenamente. Que ahí están los principales obstáculos que paralizan el perfeccionamiento del mundo. Un mundo con abismales diferencias sociales; con el preocupante deterioro del medio ambiente y de los ecosistemas; con la casi universal insolidaridad -también en nuestra España del Estado de Derecho- de unos pueblos para con otros y de unas regiones para con otras; un mundo, en fin, con unas generaciones desconectadas de las otras -también en España- e, incluso, con familiares sin entenderse con los de su parentela.

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